domingo, 11 de septiembre de 2011

La Ley de la Calle

Director: Francis Ford Coppola
Año: 1983 País: EE.UU. Género: Drama Puntaje: 9.5/10
Interpretes: Matt Dillon, Mickey Rourke, Dennis Hopper, Diane Lane, Nicolas Cage, Vincent Spano, Diana Scarwid, Chris Penn, Tom Waits, Laurence Fishburne, Sofia Coppola, William Smith y Michael Higgins



Rusty James (Matt Dillon), es un adolescente cuyo prestigio en las calles ha crecido bajo la sombra de la legendaria reputación de su hermano mayor, el enigmático y carismático “Chico de la Moto” (Mickey Rourke). Rusty sueña con ser como su hermano y volver a la época en donde las pandillas lo eran todo y donde el “Chico de la Moto” reinaba las calles. Después de dos meses de ausencia su hermano regresa. Luego de revelar algunos secretos familiares sobre su madre, los dos deciden cambiar sus vidas para siempre o morir en el intento. Tras el fracaso financiero que supuso “Golpe al Corazón” (1982), Francis Ford Coppola rodó casi en paralelo sendas adaptaciones de dos novelas juveniles de Susan Hinton: “Rebeldes” (1983) y la cinta que nos ocupa “La Ley de la Calle”. El hecho de que Coppola decidiera trabajar con el mismo equipo técnico y con Matt Dillon como protagonista de las dos películas podía hacer parecer que se trataba de una especie de continuación, pero con “La Ley de la Calle” Coppola rodó una de sus películas más experimentales y más personales (no en vano la historia del filme está dedicado a su hermano). Y por otro lado, el gran tema de la película, es el paso del tiempo: la negación o su fugacidad, apresada en planos rodados en cámara rápida y a través de los muchos relojes que aparecen a lo largo de la película. “La Ley de la Calle” retrata el ambiente de unos jóvenes marginales, anclados en el tiempo, sin proyectos de futuro y abocados a una violencia sin razón. El director transmite al espectador esta sensación de suspensión y atemporalidad que siente el protagonista. Lo logra a base de un barroquismo desbordante y recurriendo al onirismo de algunas escenas.



“Rebeldes” tenía una hechura clásica, mientras que esta cinta tiene un corte más experimental: si “Rebeldes” era un filme para el gran público, “La Ley de la Calle” era un producto mucho más personal, más cercano a Coppola. La estética de “Rebeldes” nos remite a la iconografía de las películas interpretadas por James Dean y en particular a “Rebelde Sin Causa” (1955), mientras que la de “La Ley de la Calle”, está repleta de reminiscencias expresionistas, muy cercanas al universo de Orson Welles, con pinceladas de videoclip. Quizás para marcar territorio, Coppola se decidió a rodar en blanco y negro, tras haber filmado “Rebeldes” en un color hiperrealista. El resultado es que esta película es mucho más inabarcable y lograda que “Rebeldes”. Estamos en el territorio de la leyenda, vemos el mundo tal y como se muestra a los ojos del “Chico de la Moto”, este, daltónico y medio sordo personaje, que se define a sí mismo como “un viejo televisor en blanco y negro y en volumen bajo”. Arrastra la frustración de una madurez prematura y odia ser leyenda viva de su hermano y sus amigos. Callado, sin horizontes, vaga por el barrio. Coppola, para contar esta historia sobre la soledad (la segunda obsesión del filme, después del paso del tiempo, es la preocupación por no abandonar a los demás, por seguir manteniendo el concepto de grupo) ha trabajado con demasiadas ideas, algunas de las cuales están simbolizadas por los propios personajes. Un ejemplo claro sería la búsqueda del ideal, encumbrando el mito de “El Chico de la Moto”, para luego transformarlo en un mito orientador, señalizador del camino que se debe seguir, no es un triunfador sino un derrotado que fácilmente es ensalzado por el propio sistema y cuando ya no le sirve, opta por destruirlo. La cinta esta plagado de pandilleros que sueñan con ser jefes o con su jefe, que sueñan con alguien que logre salvarlos en el último momento. Sueño mucho más real y logrado que el planteado de forma onírica en otros instantes.


Películas con adolescentes en crisis de crecimiento, las podemos encontrar a puñados (y la mayoría de ínfima calidad). Pero, en “La Ley de la Calle”, hay mucho más que una historia de fascinación por un hermano mayor y la urgencia de encontrar una identidad perdida. Una identidad que Rusty James no puede formar a través de los modelos adultos (su padre es un alcohólico y marginal, y su madre se fue de casa cuando era niño y vive en algún lugar de California). Rusty otorga un carácter romántico a la época en que su hermano reinaba en las bandas de motoristas y añora ese mundo perdido que ha sido desolado por la droga. De este modo, el referente para su vida cotidiana es un mito que ya no pertenece a su propio tiempo. El título original “Rumble Fish”, es ilustrativo como metáfora del filme, como los peces cautivos que no puede vivir en contacto con los demás, a causa de sus instintos destructores, están fotografiado siempre en color, mientras vemos todo lo demás en blanco y negro. Solo veremos una vez a uno de los personajes en color. Será cuando la policía arresta momentáneamente a Rusty James. El reflejo de su imagen en el coche de policía se convierte así en la analogía de los peces cautivos en la pecera. “La Ley de la Calle” no es sólo la historia de un retorno, hay varias formas de interpretarla, una de ellas es la mirada sabia, eléctrica y cariñosa de Mickey Rourke, que Rusty James no puede leer, aunque él lo quisiera, a cambio este representa la melancolía y Coppola lo capta de una manera tan exacta que no necesitamos demasiados diálogos para interpretar la esencia de esta película. Incluso sobra el último consejo de “El Chico de la Moto” porque las intenciones que Coppola propone quedan patentes desde su inicio. Lo que más me interesa de la película es su armonía entre fondo y forma, que se subrayan mutuamente, confundiéndose, potenciándose. Se puede disfrutar de su aspecto narrativo y de un plano más sensorial.


Un mundo donde los personajes están encerrados, como los peces que no pueden escapar de su pecera. La rebelión incluye la muerte. Aunque se va a producir el relevo y a lo mejor también la victoria. Un individuo muere cuando se rebela. Es sacrificado por el sistema. Sus ejecutores son los poderes dominantes. Cuando muera será sustituido por otro, por un nuevo mito que igualmente buscará la liberación, el encontrar el “mar” de la California soñada (“El Chico de la Moto” no ha encontrado un mar oculto siempre por la propia ciudad). El círculo se cierra. Tres generaciones han quedado plasmadas en la esperanzadora conciencia de un nuevo día. Coppola, nos muestra en este filme, todos los grandes y pequeños detalles que giran, nacen, se descubren y se viven en los adentros de las calles de las grandes ciudades estadounidenses, donde somos testigos del recuentro de dos hermanos, un reencuentro que no se olvida y se realiza de una manera trascendental. El realizador toma el pincel y comienza a dibujar una historia que nos va acercando a lo mítico a través de una desmesura de planos, de una atmósfera irreverente llena de silencios, humo, heroína, alcohol, desolación y tristeza que nos hace acercarnos a lo carnal y real de sus personajes. Aunque Coppola no deja de jugar con lo surrealista, en muchos momentos del filme como en la escena donde Rusty James abandona su envoltorio físico para salir flotando, son estas imágenes lo que hace que nos sumerjamos en un momento que sabemos que es irreal, pero que creamos que también podemos soñar despiertos. Matt Dillon parece prolongar con gran acierto y lucidez su maravilloso personaje de Dallas de “Rebeldes”, para enriquecerlo con su inolvidable Rusty James, una fuerza de la naturaleza descarriada que no deja de cometer las más grandes insensateces.



A cambio “El Chico de la Moto” es como Michael Corleone, como Kurtz o como Drácula, una figura patética, vencida por el tiempo, más allá de la moral o de la muerte, incapaz de aleccionar o de hacerse entender por los que le rodean. Está lejos aunque esté cerca, y desde su regreso de California está más extraño que nunca. Sigue protegiendo a su hermano (aunque llega, por dos veces, tarde) pero tiene asuntos pendientes con su propio vacío. También hay que rescatar las actuaciones de Dennis Hopper, como el decadente padre de los protagonistas, un papel muy pequeño pero muy logrado y fundamental para la historia de la cinta, cabe destacar una contundente frase que le dice a su hijo menor: “Tu hermano no pertenece a este mundo…él nació en la orilla equivocada”, también tenemos la presencia de una joven y siempre hermosa Diane Lane, que funge como la musa inspiradora de Rusty. El viaje que emprenden juntos los hermanos, es más emocional que físico, por las calles nocturnas de la ciudad, es una maravilla abstracta y poética. Pero los peces son de colores. En el plano técnico, a parte del tratamiento expresionista de la fotografía de Stehen Borum, cabe destacar que la composición de los planos suele darse en primeros y segundos términos. Coppola mantiene un pulso pausado en la narración pero contrapunteado por fuertes picados y contrapicados. La banda sonora de Stewart Copeland, basada principalmente en la percusión y confeccionada por ordenador, resulta trepidante y se ajusta a la perfección a la narración de Coppola. Encontramos un ejemplo claro en la escena en que los dos hermanos pasean en la moto tras salir de la tienda de animales. Si aisláramos los dos sonidos de la música, encontraríamos una melodía agradable y festiva que contrastaría con otra más enigmática y peligrosa. La primera correspondería al sentir del personaje del “Chico de la Moto”, mientras que la segunda abrazaría los miedos de Rusty James.



Los cuatro protagonistas absolutos de “La Ley de la Calle” son: Rusty James, “El Chico de la Moto”, las pandillas y sin duda la propia calle, esta última apoderándose de todo el sentido de la cinta, donde Francis Ford Coppola trabaja profundamente sus verdades y mentiras, lo mejor y lo peor, lo realmente desgarrador, de mostrar todas las caras de las calle. No es de extrañar el rotundo fracaso comercial de esta película, con la que Coppola fundió los beneficios recién adquiridos de su anterior trabajo. No es un relato clásico como “El Padrino” (1972) o épico como “Apocalipsis Ahora” (1979), esta cinta es contrario al clasicismo, y va más bien por un camino vanguardista, una audacia extrema que Coppola realizó. El tiempo pasa volando y no hay tiempo para lamentarse. Esta será la última vez que Coppola goce de esta libertad y esta plenitud. Su desastroso estreno le obliga a firmar en cierta película de época en la que tendrá muy poco tiempo para rectificar las cosas. La suerte está echada, y a la ambición se une la amarga ley de la taquilla. El final de la película nos devuelve a la utopía. Tras huir de la ciudad en la moto de su hermano, en una escena en la que vemos la sombra de Rusty James sobre un graffiti en el que se lee “El Chico de la Moto”, llega al mar. Es una imagen tan bucólica como irreal. Rusty James ya se ha convertido en su hermano, con otras connotaciones, es el mismo final de “El Padrino”. Es un plano fijo en el que su silueta recortada sobre el mar no hace otra cosa que subrayar el espejismo. El mismo lugar en el que el genuino “Chico de la Moto” había encontrado la utopía nos enseña que no se puede volver atrás en el tiempo. La única salida para un futuro sin esperanza es la utopía.



"Extraordinaria película, Rourke está hipnótico y magnífico"

No hay comentarios:

Publicar un comentario