sábado, 30 de enero de 2010

Cara Cortada

Director: Brian De Palma
Año: 1983 País: EE.UU. Género: Gangster Puntaje: 10/10
Interpretes: Al Pacino, Michelle Pfeiffer, Steven Bauer, Mary Elizabeth Mastrantonio, Robert Loggia y F. Murray Abraham

Filme sumamente violento con un sólido guión, maravillosa banda sonora y lo mejor, sus cuidadísimas interpretaciones. Tony Montana (Al Pacino) y Manny Ray (Steven Bauer) son dos presos cubanos a los que el régimen de Fidel Castro ha permitido exiliarse en los Estados Unidos. En la ciudad de Miami, se integrarán en el clan del narcotraficante Frank López (Robert Loggia), ubicación en la cual Montana irá ascendiendo poco a poco, hasta terminar enfrentándose a su propio jefe. La novia de éste, llamada Elvira (Michelle Pfeiffer), se convertirá en el objeto de deseo de Tony, quien mantendrá una creciente mirada incestuosa hacia su hermana Gina (Mary Elizabeth Mastrantonio). Sin duda el mejor filme que haya filmado hasta ahora Brian De Palma y uno de los grandes titulos de la década de los ochenta y del género Gangster.

"Todo lo que tengo en esta vida son mis huevos y mi palabra". Es una de las frases que inmortalizó al personaje de Tony Montana en “Cara Cortada”, sin duda alguna, uno de los mayores clásicos de Brian De Palma, que es un director al que ciertos sectores de la crítica no le dejan escapar ni una. Se le acusa de ser un plagiador, sobretodo en lo que respecta a las referencias sobre Alfred Hitchcock. Lo que si es cierto es que la majestuosidad en la puesta en escena que despliega en todas sus películas, es algo que pocos poseen, pues convierte la mayor parte de sus obras (y ésta no es una excepción) en una auténtica delicia y gozada visual. “Cara Cortada” es un remake de un título muy anterior: “Scarface, El Terror del Hampa”, del maestro Howard Hawks, obra maestra y título cumbre que supuso un punto de inflexión y nacimiento del mejor cine negro. Oliver Stone fue el encargado de adaptar este guión a la obra DePalmiana. Ahora, esta nueva lectura de la película de Hawks, se centraba en el ascenso y caída del imperio creado por Tony Montana, siempre perseguidor del "Sueño Americano".

Montana y su carrera hacia la fama, el dinero, las mujeres y el control de la cocaína en esa Miami ochentera es meteórica. El deseo por poseerlo todo, por ser el amo del mundo se materializa en una lujosa mansión y en esa gran esfera del mundo en la que reza la frase: "The World is Yours". Y es que Montana, lejos de la discreción, no tiene el más mínimo interés por esconder su opulencia. Pero Tony Montana es un ser destructivo que arrasa y engulle todo lo que toca: por ejemplo en sus relaciones con Gina, su hermana, a quien, o bien su deseo de posesión, su cariño o su sentido de protección hacia ella, acaba por destrozarla, o, también por ejemplo, en las relaciones con su madre (pues Montana acaba por romper la armonía existente entre madre-hija) y sus relaciones conyugales con Elvira, su futura esposa, anteriormente mujer de su antiguo jefe, Frank. Eso si, todo por lo que se mueve Montana es por instintos y su afán de posesión, nada para él es esquivo a ser poseído. Tampoco lo son las mujeres. La tortuosa relación Montana-Elvira tan sólo puede acabar de la manera que acaba con esa magnífica escena en el restaurante.

Stone y De Palma configuran y llevan hasta el exceso un antihéroe chabacano, altanero, sin escrúpulos y violento, pues es su carácter agresivo lo que le permite, casi sin problema alguno, despuntar en la vida y llegar a la tan ansiada fama, al precio que sea. Y la verdad es que lo consiguen, creando con este personaje, tan poco afín a moralidad alguna (al menos en apariencia), todo un icono cinematográfico que pasó, merecidamente, a la historia del cine. Pero a pesar de la aparente vacuidad de cualquier tipo de sentimiento en un hombre como Montana, éste se muestra en contadas ocasiones en un ser con sentimientos y con conflictos morales. Y es esto lo que hace ser fascinante a un personaje como éste: un hombre frío a la hora de ejecutar la violencia más descarnada, pero que a la vez se torna como una persona sensible en ciertas ocasiones, incluso el llegar a cuestionar la moralidad de sus acciones. Este exceso en la creación de Montana, encuentra su justificación en la elevación del personaje a cotas casi místicas, llegando a pensar, en algunos momentos, en el carácter inmortal de este antihéroe en toda regla. Pero esta inmortalidad que envuelve al personaje y la incondicionalidad de sus seguidores (que los tiene, y muchos). No hubiese sido tal si debajo de la piel no hubiese estado el que está, me refiero a Al Pacino, que hace un “tour de force” impecable. El estilo fanfarrón y la mala uva que destila el personaje lo imprime magistralmente un excelente Pacino en uno de los papeles de su vida, memorable e irrepetible.

Y es que si algo sobresale en esta película son sus impecables interpretaciones de todos y cada uno de los actores: empezando por el inmortal personaje de Pacino, pasando por una excelente Michelle Pfeiffer o por la soberbia interpretación de la hermana de Montana a cargo de Mary Elizabeth Mastrantonio, hasta llegar a actores como Robert Logia o F. Murray Abraham en roles más secundarios pero no menos brillantes. Hay que hacer referencia también al buen guión de la película, obra del citado Oliver Stone. Además de la excelente creación del personaje de Montana (con sus contradicciones interiores) y la dosificación de escenas pletóricas de violencia, tienen cabida también unos buenos diálogos libres de parafernalias y pequeños matices críticos sobre su país y el sistema capitalista de consumo (no nos olvidemos que estamos hablando de Stone), que crea seres como este personaje venido de la nada con ansias de comerse el mundo. Como no podía ser de otra forma, también es obligatorio detenerse en lo respectivo a la dirección de De Palma, y es que esta película es todo un talante y ejemplo de cómo debe ser una puesta en escena. Es decir, que una vez más, la excelente dirección del director se repite aquí de nuevo, creando cuadros verdaderamente sutiles y soberbios.

Como ya ha quedado obvio, la violencia está muy presente en “Cara Cortada”, pero es una violencia que se presenta, hasta un cierto punto, estilizada y hasta coreografiada, sobretodo en la innumerable veces citada escena final, donde el exceso, la acción y la violencia confluyen como un torrente. No obstante, como en la mayoría de películas rodeadas del ambiente gangsteril, la violencia es también el motor que mueve a los personajes. Todos ellos se ven envueltos en ella y ayuda a comprender el entorno por el que se mueven dichos personajes. Aspectos técnicos como la estupenda dirección artística o la fotografía son dignos de elogio. Digno de elogio lo es también la penetrante y arrolladora banda sonora de Giorgo Moroder, que da a la película la fuerza que las imágenes necesitan. La duración de la misma (casi tres horas) podría ser también obstáculo para su seguimiento, pero la cinta está narrada ágilmente y su buen ritmo hace que el interés no decaiga en ningún momento. Para concluir y pese a sus nimias irregularidades en algunos de sus excesos visuales, si se quiere disfrutar de una película penetrante en su propuesta visual y magistralmente interpretada, “Cara Cortada” es una excelente opción, pues este clásico DePalmiano no deja de ser una espléndida película.

“Filme desgarrador y violento, una obra maestra”

jueves, 28 de enero de 2010

El Hombre de las Estrellas

Director: Giuseppe Tornatore
Año: 1995 País: Italia Género: Drama Puntaje: 08/10
Interpretes: Sergio Castellito, Tiziana Lodato, Franco Scaldati, Leopoldo Trieste y Nicola Di Pinto

En un pueblo de Sicilia, en los años cincuenta, el pícaro Joe Morelli (Sergio Castellito), cargado con su obsoleta cámara Ascania, promete que es capaz de hacer realidad los sueños de cualquier ciudadano que aspire a ser una estrella de cine. Así, Morelli llega a dicho lugar con el pretexto de descubrir nuevas caras para el cine. Los ingenuos lugareños le pagan la módica suma de 1.500 liras para convertir sus sueños en realidad. Todos forman una larga cola para abrir sus almas a la cámara de Joe, luchando por ese atisbo de esperanza que les situaría entre los agraciados, entre las estrellas de cine. “El Hombre de las Estrellas” o “Fabricante de Estrellas” (titulo que llevo en Latinoamérica) supone la constatación de Tornatore, como un gran director, luego de la extraordinaria “Una Pura Formalidad”, el director Italiano vuele a sus raíces “Sicilia”, para contarnos una gran historia.

Está claro que en “El Hombre de las Estrellas” renacen ciertos temas, cIimas y escenarios de “Cinema Paradiso”, el producto que se alzó con el Oscar al mejor film extranjero de 1990, pero también se nota que su director, el italiano Giuseppe Tornatore, empieza a superar la receta que lo consagró. El lugar vuelve a ser Sicilia, son tiempos de posguerra, más precisamente el año '53, cuando aparecían por la zona los primeros aparatos de TV y el protagonista, una vez más, es un profesional ligado de manera tangencial al cine. A diferencia de aquel proyectorista que servía como excusa para una avalancha de citas cinéfilas en “Cinema Paradiso”, el cazador de talentos que compone Sergio Castellitto (el incansable fornicador de “La Carne”, de Marco Ferreri) se dedica a recorrer provincias a bordo de una camioneta tapizada con afiches de actores célebres de la época. Allí carga una cámara de 35 mm, un micrófono y unos cuantos kilos en equipos de iluminación, con los que monta su pequeño estudio en cada plaza, tras anunciar con un megáfono que tomará pruebas de cámara a los que quieran ganar fama y dinero con el cine. A cambio, claro está, de pagar "para cubrir los costos de revelado".

El negocio de Morelli florece al compás de la fascinación de los campesinos, convencidos de que en cuestión de días llegará la prometida carta de la productora Universalia, con asiento en Roma, convocándolos para el estrellato. Las vanas ilusiones de posguerra, el auge del neorrealismo, que utilizaba actores no profesionales como los convocados por Joe, y el aura celestial que todavía revestía al cine estadounidense al mundo de ese cine, superior al terrenal y habitado por las divinidades glamorosas del “star system” forman parte de un contexto que consolida la tarea de Morelli ante los ojos del espectador. Los rostros de sus pobres clientes, a los que hace recitar un par de Iíneas de “Lo Que el Viento se Llevó”, nutren una galería de primeros planos deslumbrados (a veces coronados por el llanto, por la confesión quejosa o por el ataque de nervios, en arrebatos propiciados por la cámara) que acaban conformando una suerte de retrato colectivo de los postergados de Sicilia, la otra cara de la isla que no tiene tanta fama como los mafiosos.

Hay bolsones de obviedad, resabios, como ese plano general en el que todos los pueblerinos, absolutamente todos, se pasean por las calles repasando el bocadillo que Clark Gable le decía a Vivien Leigh, o esa escena en la que unos bandidos le perdonan el pellejo a Joe y hasta terminan pagándole para que los filme, como si la cámara, más que deslumbrar, idiotizara. El perfil de Joe Morelli, en cambio, goza de una ambigüedad que sostiene el rumbo con firmeza durante buena parte del relato: ¿tendrá rollo su cámara? ¿hasta dónde engaña al mundo este hombre, que parece conmoverse más que nadie ante las virtudes fotogénicas de los desdichados que se le cruzan (y que las tienen, como que llenan cómodamente la pantalla de Tornatore)? Morelli, en todo caso, pasa tanto rato engañando a los paisanos como al público, y aun autoengañándose. En el éxtasis del embaucador ante sus víctimas podrá rastrearse, luego, la semilla de su transformación. Porque a Joe le cuesta sustraerse al bien que, aunque no busca, ejerce fugazmente sobre los campesinos, quienes encuentran en las pruebas de cámara el alivio de una confesión. Alivio que él no podrá permitirse mientras persista con la trampa.

Siempre se agradece la incursión de una que otra película en el complejo mundo del metacine, ya sea desde el atribulado subconsciente del director (8 1/2 de Fellini), del guionista (el ladrón de orquídeas) o incluso del sonidista (“Historia de Lisboa”, de Won Wenders). En este caso, la ilusión cinematográfica (ya trabajada en “Cinema Paradiso”) se centra en una cruel historia de mentiras e ignorancia: un hombre recorre los pueblos más pobres de Sicilia ofreciendo a sus habitantes la posibilidad de convertirse en estrellas de Hollywood mediante un rudimentario casting. Más allá de la censura moral de lucrar a costa del candor de personas pobres, lo que rezuma este filme es la ilusión cinematográfica, ese contraste entre la fantasía del celuloide y la cruda realidad (algo similar, aunque en otra dimensión, a lo que sucede en "Bailando en la Oscuridad", de Lars Von Trier). Es un filme muy a la italiana, donde no falta el humor, el sexo, el drama, la historia de amor, la tragedia.

Pero lo destacable de la película, es la musa, que viene hacer la redención de avispado estafador, y lo favorable es que venga de la mano de una hermosa adolescente (Tiziana Lodato) acaso no haya sido la mejor idea, sobre todo si se considera que Tornatore la utiliza para igualar al público con cierto viejo verde que se excita contemplándola desnuda. Cierto es que la escena del manicomio pesa por melodramática, y que la última secuencia de montaje vuelve a descender a la obviedad, con los fallidos aspirantes a “stars” sobreimpresos con el rostro atribulado de Morelli (cuando las voces en off de ellos ya sobraban para comentar la angustia de él), pero “El Hombre de las Estrellas” tiene suficientes aciertos como para celebrar que Tornatore haya empezado a despegar de las chapucerías con que conquistó el aplauso de los cenáculos hollywoodenses.

“Un homenaje al séptimo arte”

martes, 26 de enero de 2010

Academia Rushmore

Director: Wes Anderson
Año: 1998 País: EE.UU. Género: Comedia Puntaje: 09/10
Interpretes: Jason Schwartzman, Bill Murray, Olivia Williams, Seymour Cassel, Brian Cox, Connie Nielsen y Luke Wilson

Max Fisher (Jason Schwartzman) es un joven estudiante rebelde de Rushmore, una de las escuelas más prestigiosas del país. Editor del periódico de la escuela, capitán y presidente de numerosos clubs y sociedades, Max es también uno de los peores estudiantes que ha tenido la historia de Rushmore, por eso, la idea de que algún día lo expulsen no para de rondarle por su cabeza. En un momento transcendental de su vida, Max se enamora de la elegante profesora Miss Cross (Olivia Williams), pero su conquista se ve frustrada cuando se entera de que su amigo, el Sr. Blume (Bill Murray), que además es padre de dos compañeros suyos de clase, también intentan conquistar el amor de la señorita Cross. Película que supuso la revelación de Wes Anderson tras la desconcertante y brillante “Bottle Rocket”, y con la que la gente empezó a ver que se trataba de uno de los realizadores más personales y originales que tiene el nuevo cine independiente americano, y un creador de mundos muy personales.

El cine de Wes Anderson se enclava dentro de la hornada (que no estilo) que supone la generación que componen Paul Thomas Anderson, Sofia Coppola, Charlie Kaufmann, y Alexander Payne, cineastas originales y creadores de singulares películas, todas ellas marcadas por una sutilidad y genialidad extraordinarias. Esto molesta a gran parte de público y crítica, que se niega a admitir de que los creadores "underground" siguen siendo Kevin Smith y Tim Burton, cuando tiempo hace ya, que ambos, perdieron aquella chispa de sus principios y han perdido toda aquella aureola que les rodeó a ambos. Aunque Burton ahora ya cuenta con un respaldo completo de publico y crítica y se erige en el creador mas sobrevalorado de Hollywood, cabe decir que todavía puede tener algo interesante que contar aunque parece haber iniciado una línea a la reiteración insostenible .En cambio, tan sólo la critica internacional parece ser la única que apoye en su justa medida a Anderson un cineasta insobornable, y cuyas películas se caracterizan por el equilibrio de formas que consigue en ellas, arriesgándose siempre, nunca decantándose por apuestas fáciles. Es por ello que es criticado tan frecuentemente, por un público poco acostumbrado a ver filmes diferentes que no vengan prefabricados desde Hollywood.

Lo que nos encontramos aquí es ante de una de las mejores películas que he tenido ocasión de ver. Es un filme genial, y por ello, difícil. La película puede resultar un tanto apático, pero si uno entra de lleno en su juego de ambigüedad se va a encontrar ante la mas rotunda de las películas sobre adolescentes, y que tendría que ser obligatoria para muchos, que no entienden el universo que rodea a esta etapa cuanto menos, difícil en la que uno tiene la laboriosa faena de formar su propio carácter, y esto no siempre es fácil de asumir. La trama de la película que puede parecer un tanto absurda, pronto se revelará como genial. La descripción que hace Anderson de sus personajes, auténticos outsiders en un mundo que no logran entender es genial. Eso se facilita gracias a las grandiosas interpretaciones de todo el reparto. Jason Schwartzmann es la revelación, y esta estupendo como Max Fischer, al que dota de humanidad y carisma, y Olivia Williams consigue hacer adorable su personaje, de la frágil señora Cross. Y que decir del grandioso Bill Murray, pues que dota de una personalidad increíble a su Heman Blume, personaje desencantado que ha perdido el rumbo completamente entre tanta miseria de dinero.

Fischer y Blume podrían ser la misma persona en distintas etapas. Por algo quizás se enamoran de la misma persona. Pero, es que el filme tiene momentos geniales debido a su mezcla prodigiosa entre Salinger y Schulz, logrando un tono de comedia amarga perfectamente engranado. Y por aquí transita durante su metraje, con gags tan logrados como las obras de teatro de Fischer, y la descripción de los personajes, y sus problemas existenciales. Anderson y Wilson articulan en su guión una dramaturgia perfecta, que engrana comedia y drama con una perfección nunca vista antes. Esa mezcla es tan sutil, tan imperceptible, que le resultará extraña al espectador medio que no se atreva a entrar en ella. Pero es que este Max Fischer mitad bastardo, mitad genio, también tiene una mitad de nosotros mismos. Su periplo no es otro que el del primer amor, y con ello, la primera renuncia. Y es que esta película habla siempre con una triste sonrisa dibujada en sus protagonistas de los sueños frustrados que rodean nuestras vidas cotidianas.

Para seguir analizando la película, el humor del señor Anderson me parece interesante. Complicado y extraño, pero tremendamente rabioso. Aquel que no disfrutara con cualquiera de sus películas no creo que lo haga en un futuro. Parece mantener la misma línea en su trayectoria, y por mí, que siga así. Anderson le puso narices y junto con su amigo y actor Owen Wilson escribe guiones originales, desenfadados y sobre todo marcados para una marginación y exclusividad de una sociedad de consumo en cadena. En “Academia Rushmore” hace gala de esta excentricidad. Porque Wes Anderson no es más que un contador de cuentos. Extraño sí, pero visualmente portentoso. Él cuida mucho la planificación de las escenas, utiliza una banda sonora (como siempre) fantástica que acopla perfectamente con la historia y envuelve sus estrambóticos personajes en un ambiente que hasta nos son identificables. Este “rarito” realizador se junta con actores que son llamados poco expresivos, para realizar una gran comedia. Lo que más me interesó tambien en esta película fue el estupendo ejercicio de estilo que Wes Anderson realiza, su manera de rodar la película, sus travellings y su curiosa puesta en escena.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que esta pequeña joya cinematográfica no es una comedia al uso. Deberíamos hablar más bien de realismo mágico: es una maravillosa fábula, dónde todo pertenece a la vez al mundo real y a una especie de sueño, dónde unos increíbles y entrañables personajes llenos de originalidad, ingenio y vitalidad, hacen que vuelvas a contemplar tu propia vida desde una óptica diferente, con un renovado amor en el empeño humano de ir contracorriente y con una nueva visión (no por diferente menos legítima y real) sobre sentimientos tan trillados como el amor, la amistad, la ambición,o los sueños a conseguir. Todo es perfecto es esta película: todos y cada uno de los secundarios, la dirección, la fotografía, la banda sonora...y sobre todo la sensación de estar viendo cine que nunca se ha hecho antes. Si te sumerges en ella, te conquistará.

"Inteligente e irónica comedia, sobre la juventud y los sueños fustrados"

domingo, 24 de enero de 2010

El Color del Dinero

Director: Martin Scorsese
Año: 1986 País: EE.UU. Género: Drama/Juego Puntaje: 09/10
Interpretes: Paul Newman, Tom Cruise, Mary Elizabeth Mastrantonio, John Turturro, Helen Shaver y Forest Whitaker

Con este post retomo el estudio filmográfico de mi director favorito me refiero al gran Martin Scorsese, ahora hablare de “El Color del Dinero”, que es una meritoria continuación de uno de los mejores filmes de la historia; "El Audaz". La trama se centra en Eddie Felson (Paul Newman), antiguo campeón de billar, que vive ahora retirado de todo ese mundo y se dedica a sus negocios de licores. Un día, en una sala de juego, conoce a Vincent (Tom Cruise), un joven también jugador de billar, que aún no ha encontrado todavía oponente y que siempre va acompañado de su novia (Mary Elizabeth Mastrantonio), encargada de las apuestas que se hacen sobre él. Así el veterano campeón entablara una amistad con la joven promesa del billar. Por esta película el desparecido Paul Newman gano un Oscar.

Hermosa película. Hermosa como historia, como reflexión ética, como lección de continuidad de la obra de un realizador, como modelo de observación de ambientes y personajes, como ejercicio casi compulsivo, cardíaco, de maestría en inteligencia cinematográfica. Si no fuera porque su obra está profundamente asociada al concepto de redención tal como el “Toro Salvaje”, este filme no deja dudas al respecto y el hecho es herencia seguramente de sus días en el seminario jesuita de Nueva York se diría que la prosa fílmica de Scorsese, por la magnitud de sus arrebatos y la voluptuosidad de su imaginación, no reconoce otra moral que el cine, tal como el en caso de Hitchcock. Curiosa similitud: artistas de sensibilidad católica ambos, comparten también una devoción por la forma y una suerte de malignidad análoga en la administración de la puesta en escena. En las películas de uno y otro, el gran cine, traducido a inclementes movimientos de cámara, a difíciles soluciones formales, a osados manejos de la compaginación y la banda de sonido, está invariablemente unido a una red de complicidades y guiños que transiten, en forma paralela, agudos comentarios sobre el oficio.

La relación entre maestro y discípulo o entre "padre" e "hijo" vuelve a plantearse en este largometraje de Scorsese, pero esta vez el relato no se ajusta al punto de vista de quien amenaza la autoridad patriarcal sino de quien se propone retenerla. El protagonista es Eddie Felson, un personaje de abolengos cinematográficos que en 1961 encarnó el mismo Paul Newman en “El Audaz”, la memorable realización de Robert Rossen. Han pasado 25 años desde entonces, hay una indudable tensión en el hecho de recluir a Newman en un personaje hierático y distante si se tiene en cuenta el perfil sincopado e intenso de su mito de actor. Es posible que también haya una cuota de ensañamiento sobre la figura de Tom Cruise, destituido aquí de su pedestal de actor de moda y encerrado en un notable personaje en el cual la torpeza y la fantochería venial coexisten con ese tipo de inocencia que no proviene de la virtud sino más bien de la barbarie. Su Vincent es quizás el gran hallazgo de la película y en él habitan las tradicionales debilidades de Scorsese por los personajes ambivalentes y complejos.

Además de eso es un interesante ejercicio de estilo cinematográfico, en el cual Martin Scorsese demuestra su capacidad detrás de las cámaras logrando un producto bastante absorbente en intensidad filmado en espacios reducidos. Y es meritorio el lograr una oferta tan cautivante y dinámica gracias al férreo pulso narrativo, a la vibrante puesta en escena, a la solvencia interpretativa del dúo protagónico Newman - Cruise, a la lucidez en los diálogos y en las situaciones descriptas, y a los sugestivos y atractivos travelings sobre las mesas de billar. Una cinta sobre tres personajes que llevan por estandarte la idea de que el dinero es dos veces más dulce si se gana apostando que trabajando. Así se desarrolla una cinta sobre el juego de billar, donde un hombre audaz y experimentado (Paul Newman) conforma una oportunista sociedad con un muchacho muy talentoso para ganar dinero mediante hábiles estrategias que implican engaños y picardías. Pero no sólo se trata de avivadas y picardías, también hay una cinta donde se establece una cruda competencia intergeneracional donde el maestro mide constantemente sus fuerzas con su pupilo, donde de fondo hay una competitividad para demostrar quién es el mejor, y en ello está en juego el orgullo y no la ambición económica. Si habría que mencionar un punto flojo yo citaría a la femme fatale que aparece en medio de las dos grandes estrellas, a Mary Elizabeth Mastrantonio le falta chispa y carisma para estar a la altura del duelo de actores que hay en pantalla.

A pesar de eso, nos encontramos con un filme sobre la iniciación o el aprendizaje, si lo planteamos en términos seculares de un joven por su antecesor ya decadente, con lo que retornaríamos a un esquema tradicional dentro de la historia de los relatos, ese aprendizaje, por otra parte, impartido desde la experiencia, orientado así hacia la realidad, aunque eso signifique corromper la inocencia juvenil, sofocar el ardor del triunfo, el exhibicionismo de la propia capacidad, acabar con todo idealismo. Otro de los aspectos más interesantes de “El Color del Dinero” nos viene indicado por propio título de la película, que no resulta nada metafórico. En pocas películas anteriores el dinero ha tenido semejante conexión que en ésta: no sólo tiene color en la película, sino que casi diría que tiene peso u olor. Sin duda el dinero, los verdosos dólares que pasan de mano en mano, son la materialización del éxito o el fracaso; por eso a lo largo de un enfrentamiento, de la serie de partidas que lo constituye, el dinero va y viene de unos a otros. Esos gestos de sacarse el fajo de dólares, de depositarlos sobre el tapete verde de la mesa de billar, se constituyen en auténtico ritual. La puesta en escena de Scorsese es, una vez más, de una extraordinaria variedad en la selección de los ejes, las figuras antinómicas se hacen insistentes: sea un movimiento que parte del choque inicial de las bolas para ampliar hacia toda la mesa (es el sonido quien manda sobre la imagen), sea el movimiento inverso, menos violento, que va desde las manos de los jugadores hacia el centro o los rincones de la mesa (es la imagen quien manda sobre el sonido).

Espléndida reflexión sobre los sueños y la vida, disfrazada de enfrentamiento generacional. Paul Newman borda su interpretación de Eddie Felson, dotándole de una profundidad incluso mayor que en "El Audaz", Tom Cruise se mueve como pez en el agua en uno de los mejores papeles de su carrera. El conjunto lo completan secundarios de la talla de John Turturro o un inmenso Forest Whitaker, con su personaje que no es sino un oscuro reflejo del joven Felson, en una de las mejores escenas de toda la película, que con su "Are you a hustler?" saliendo de los labios de Newman (en versión original, por supuesto) nos remonta de una forma extraña a la genialidad en blanco y negro filmada por Rossen. Para rematar, una espléndida banda sonora, con temas de Eric Clapton "It`s in the way that you use it" o el maravilloso "Werewolves of London", del mítico Warren Zevon, que pone música a una de las escenas más recordadas de todo el filme. Aunque no es la obra maestra de Scorsese, es una verdadera pincelada de buen cine y eso se agradece.

“Sólo puede decirse una cosa: impresionante"

viernes, 22 de enero de 2010

Lunas de Hiel

Director: Roman Polanski
Año: 1992 País: Inglaterra Género: Intriga/Erótico Puntaje: 08/10
Interpretes: Peter Coyote, Emmanuelle Seigner, Hugh Grant, Kristin Scott Thomas y Victor Banerjee

Roman Polanski sufre un doble rasero, no sólo en su vida privada, también en su vida creativa. Parece establecido que el cineasta ha firmado un grupito de obras mayores que casi nadie cuestiona, y un puñado de obras menores, entre las que se encontraría “Lunas de Hiel”. Pero yo hoy quiero romper una lanza en favor de situar a esta película entre las más inspiradas y personales de toda su apasionante carrera de Polanski. La trama se centra en Nigel y Fiona (Hugh Grant y Kristin Scott-Thomas) disfrutan de su séptimo aniversario de boda con un crucero por el mar. A bordo ambos se encuentran con Mimi (Emmanuelle Seigner) que parece encontrarse indispuesta, y la llevan a su camarote, donde conocerán a su marido, Oscar (Peter Coyote) que está impedido en una silla de ruedas. A partir de ese día Nigel se obsesiona con Mimi. Oscar se da cuenta y propone a Nigel que intente seducirla. Para ello le relata sus experiencias sexuales con Mimi antes de sufrir el accidente que le dejo paralítico.

Después de dirigir la magistral “Tess”, Roman Polanski tuvo un considerable bajón en su carrera, siendo quizás la etapa menos inspirada de su filmografía. “Piratas” y “Frenético” son un buen ejemplo de ello. Ambos filmes dispares y de diferentes intenciones aunque, ambas ligadas por un nexo en común: el de la desidia y la falta de inspiración. Es por ello que, con “Lunas de Hiel”, el realizador volvió a retomar el buen rumbo. En parte la película, se acerca más al espíritu de “Repulsión” o al de “El Inquilino” que al resto de sus productos. Al igual que en estos, relata la degradación física y psíquica de sus protagonistas. Hurga en los rincones más oscuros de cada uno de ellos. Y lo hace de manera fría, casi distante, sin acercarse demasiado a sus personajes. Diseccionando sus caracteres a través de un fino y afilado bisturí, deja que sangren con sus profundos cortes de cirujano voyeur y, al mismo tiempo, anula toda posibilidad de rescatarlos de su eminente caída al pozo más oscuro. Polanski no siente ningún tipo de pudor por abandonar a su propia suerte a unos personajes empeñados en no dejar cicatrizar sus heridas.

Pocas veces en el cine hemos sido testigos de una historia de amor tan perfecta, tan preciosa, tan apasionada. El escritor y la bailarina se conocen y su pasión es absoluta y cimera, sin aristas ni trabas. Pero todo irá cambiando paulatinamente, hasta el punto de que nunca hemos presenciado semejante degradación emocional y física, y llegaremos a asistir a un verdadero ritual de sacrificio sentimental, cuyos roles de víctima y verdugo irán alternándose dando rienda suelta al sadismo de ambos contendientes. ¿Es posible encontrar el amor de una vida para después desdeñarlo por convertirse en rutina? ¿Es el sexo la válvula de escape eterna que satisfaga un vacío interior? ¿Dónde están los límites de la pasión? ¿También la crueldad y la indiferencia consentidas son pasión? ¿Y el desprecio, y la compasión? Polanski no da respuestas, sólo formula preguntas. Ama a sus imperfectas y salvajes criaturas, pero no por ello les da demasiadas oportunidades. Descarnada descripción de los avernos infinitos a los que desemboca una relación apasionada y tumultuosa, escalofriante relato de “pasiones devoradoras” que embarcan a sus dueños a un viaje más allá de toda posibilidad de redención, o brutal disección de los mecanismos de autodestrucción o sadismo que implica todo amor envenenado de odio y celos. Cualquiera de estas frases, y algunas más, podrían aplicarse a la realización número trece de Polanski.

A partir de de la trama del filme (ósea de los conflictos amorosos), Polanski entra en una controlada y explícita espiral de flash-backs relativos a la convivencia de esos dos amantes. Por su parte, el estupefacto Nigel se convierte en la figura del espectador, atento desde la platea a los juegos sexuales y amorosos de Oscar y Mimi y, ante todo, a la degradación de ambos en su particular dependencia. El masoquismo empieza a aparecer en las vidas de estos. Su afable unión acabará transformándose en un infierno conyugal, lo cual no supone ninguna sorpresa, pues el filme lo deja bien claro desde que, por primera vez, presenta a esos dos seres. Oscar que es un escritor norteamericano afincado en París y Mimi, una exuberante camarera de un restaurante de la ciudad. Sin lugar a dudas, se trata de una de las mejores interpretaciones de Coyote, mientras que Seigner, a pesar de su poca valía como actriz, acaba dando el pego como la mujer excitante; ese tipo de mujeres que, desde siempre, ha retratado a la perfección Polanski, Hugh Grant, gracias a su sosería innata, logra convertir al inseguro y timorato Nigel en un personaje totalmente creíble, mientras que la siempre eficaz Kristin Scott Thomas resuelve a la perfección el rol de mujer insatisfecha y no atendida por su compañero.

Y por encima de ellos está la novela de Pascal Bruckner y ante todo, el fantástico guión adaptado por el gran Gérard Brach, un habitual de Polanski desde que éste dirigiera “Repulsión”. La historia es negra; muy negra. Dura y cruda, sin concesiones. Pero, aparte, sabe administrar pequeñas gotas de humor negro que hacen más llevadera su proyección. Tanta mala leche y cinismo vuelca en su singular sentido del humor que, por momentos, la hiriente relación establecida entre Oscar y Mimi parece una transposición, en personajes de carne y hueso, de los cartoons protagonizados por El Coyote y El Correcaminos. Ciertamente sublime. Y es que no hay mejor manera de plasmar los pasajes más arrebatados que haciéndolo mediante un poco de chispa. Aunque ésta sea sardónica, abrasiva y vitriólica. Incluso, y sin que sirva de precedente, la banda sonora de Vangelis resulta espléndida y bonita. Casi, casi, un milagro tratándose de quien se trata. Pero la verdad es que, en esta ocasión, su partitura musical acompaña perfectamente las neuras y desidias de los cuatro personajes protagonistas, embarcados todos ellos en un crucero con muy pocas esperanzas. Un naufragio moral asegurado al cien por cien.

La película más personal de Roman Polanski. Alejada de preceptivas convencionales como Frenético y en las antípodas de aquél cine de corte más conceptual. “Lunas de Hiel” situó a su director en su óptica más intimista para narrar no ya el declive emocional y sexual de una pareja, algo ya expuesto a mitad de la película, sino el periplo de dos personas que experimentan polos tan opuestos como extremos, llevados por esa trayectoria que va desde la pasión al tedio, desde la ensoñación al rencor y al desprecio más absoluto. Dos personajes opuestos que finalmente, tras un largo periplo de destrucción, en el que los roles cambian trágica y cómicamente, llegan a comprender que se destruyen a sí mismos cuanto más maltratan a su par. Que finalmente se odian, y a la vez se necesitan mutuamente. O quizás, se necesitan porque se odian. Y en ese punto precisamente reside ese nexo de dependencia mutua. “Lunas de Hiel” es en cualquier caso, con todas las virtudes del cineasta, una divertida imagen despiadada del carácter depredatorio de las relaciones humanas; me atrevería a decir que también con todos sus defectos la mejor obra de Polanski, la más subversiva, auténtica por desencasilladora, y también la más original.

“otra genial obra del universo oscuro y tétrico de Polanski"

miércoles, 20 de enero de 2010

Memento

Director: Christopher Nolan
Año: 2000 País: EE.UU. Género: Thriller Puntaje: 08/10
Interpretes: Guy Pearce, Carrie-Anne Moss, Joe Pantoliano, Mark Boone Junior y Stephen Tobolowsky

Leonard (Guy Pearce) es un investigador de seguros cuya memoria está irreversiblemente dañada a causa de un golpe en la cabeza al intentar evitar el asesinato de su mujer, el último hecho que recuerda su memoria de largo plazo. A causa del golpe no consigue retener en la memoria las cosas que ahora le suceden más allá de unos cuantos minutos, por lo que ayudado de una cámara instantánea y escritos tatuados en su cuerpo, intentará resolver y vengar el asesinato de su esposa. Al poco de estrenarse, "Memento" se convirtió en una obra de culto. Motivos no le faltan; su ingenioso y curiosísimo desarrollo, su envolvente puesta en escena y la propia e intrigante trama hacen de este film un brillante ejercicio de disección de memoria, tanto del protagonista, como del espectador. Una inteligente película que engancha y sorprende, que juega con el tiempo sin descuidar su atmósfera.

Si alguien viniera y me demostrara que lo que hicieron los hermanos Nolan en el guión de "Memento" ya se había hecho antes, le restaría por lo menos un frikipunto a esta crítica. Pero creo que no. No tengo referencias de que nunca antes en la Historia del cine, una película se haya contado hacia atrás. Siempre ha habido flashbacks, vale, como recursos puntuales, pero creo que nunca una película entera sistemáticamente narrada en orden inverso, o mejor dicho, con dos líneas temporales diferentes que acaban por unirse en un punto. Con un argumento así, cualquiera se puede imaginar el desarrollo de la película: conocerá a alguna chica que le ayude, dará con el tipo y se lo cargará. Pero no. La primera secuencia es la muerte del hombre. Y fragmento a fragmento, como trozos de memoria que vamos encajando en un puzzle, vamos retrocediendo en el tiempo, buscando la explicación a una muerte violenta. No sólo eso: es difícil comprender una escena hasta que no ves la siguiente (que es, cronológicamente, la anterior).

Tiene de todo. Para empezar una brillante secuencia inicial hacia atrás que nos enseña cómo va a ser la película. Toda la película va hacia atrás, desde el final hasta el principio. Al principio te encuentras perdido, pero cuando te acostumbras notas que las escenas que están en blanco y negro son las únicas que van hacia delante y en algún momento de la película se cruzará con lo que estás viendo. La narración es totalmente original. Bueno. El guión es muy sólido y realmente llegas a sentirte en la piel del protagonista, ya que cuando empieza una escena no sabes ni de donde bienes ni hacia donde vas, como le ocurre a todo el mundo. Y seguidamente, 10 minutos después te enteras, y aunque, durante el final de la película sabes que te va a ocurrir eso (lo de saber que el principio que habías visto antes es el final de lo que vas a ver ahora) te sorprende igualmente. Uno se imagina vivir como Lenny y no puede. Es algo casi imposible. No es solo que no recuerdes lo que has hecho sino que no sabes qué te está motivando el que hagas lo que estas haciendo. Muchos desearíamos olvidar malos recuerdos, pero en su caso es muy distinto. A veces tenemos que acordarnos de los malos recuerdos para enfrentarnos a lo malo que se nos avecina.

La propuesta es arriesgada: contar una historia a base de rocambolescas piezas que nos componen un relato contado al revés, como nos puede resumir la primera y sugestiva escena. Varios puntos inconexos como una llamada telefónica, un asesinato y un hombre que sufre una pérdida de la memoria reciente, forman este cóctel en el que nada es lo que parece. Desde el primer instante, "Memento" nos atrapa en su diabólico juego de engaños y ambiciones cruzadas. Contada de manera lineal, daría para un thriller mediocre. Por suerte, no es sólo la narrativa la que le da interés. A ella se suman una serie de temas sobre los que los personajes van reflexionando: el funcionamiento de la memoria, la fragilidad de los recuerdos, las posibilidades de la autosugestión, la importancia de los hechos y incluso la sustancia propia del hecho narrativo (cuando Catherine está leyendo su libro favorito por enésima vez, Leonard comenta "Creía que el placer de leer un libro radicaba en no saber el final"). A todo esto hay que sumarle hay fotografía hermosa y un inteligentísimo montaje en el que hay espacio para pequeños fotogramas de esos que no descubrirás la primera vez que veas la película, pero que aportan pistas o detalles en posteriores visionados.

"Memento" demuestra que una buena película tiene que derivar esencialmente del talento para la creación de una historia y personajes interesantes y de una exposición cinematográfica que conexione su forma con el fondo, evitando la explotación excesiva y onanista de los efectos especiales, utilizados como fin y no como medio. Me queda por decir que las actuaciones son buenas, Guy Pearce hace el papel de su vida, Carrie-Anne Moss esta formidable y los otros personajes están excelentemente marcados, ya sea por sus pensamientos, por su pasado o por su forma de ser. Pobre Lenny, todo el mundo se aprovecha de él y se marca un objetivo imposible, ya que nadie mató a su mujer (según esa escena), además olvidaría todo lo que haya hecho. Pero..... ¿Eso de igual con tal de ser felices con nosotros mismos? ¿Da igual que sea verdad o mentira mientras nos lo creamos? Cada uno tiene su respuesta. Esta película me hizo pensar. También cabe destacar unas escenas geniales, como cuando se encuentra corriendo y no sabe porqué y cuando se ve en el baño con una botella y no se encuentra borracho.

La segunda película de Christopher Nolan, y la verdad es que hace un trabajo muy interesante, aunque la sensación que da es que empieza a ser devorado por la industria y por su propio éxito, ya que después rodó "Insomnio", una película que se deja ver pero muy inferior a esta y en "Batman Inicia" no termina de despegar a pesar del especial atractivo de la cinta. "Memento" es una buena película que supuso en su día algo muy parecido a "Seven", y que sin lugar a dudas se celebra ese tipo de cinta, que actualmente ya es catalogada como un filme de culto. En resumidas cuentas es una obra perfecta y rompedora, con la estructura argumental más original que he podido ver hasta la fecha. Pese a estar completamente desordenada no deja ningún cabo suelto, y consigue mantener el interés hasta el final. Es recomendable verla varias veces para terminar de componer el complejo puzzle y saborearla como se merece.

“Una grandioso thriller, con un guión diabólico”

domingo, 17 de enero de 2010

La Naranja Mecánica

Director: Stanley Kubrick
Año: 1971 País: Inglaterra Género: Drama/Violencia Puntaje: 10/10
Interpretes: Malcolm McDowell, Patrick Magee, Michael Bates, Adrienne Corry, Warren Clarke, John Clive y Aubrey Morris

Sinceramente Stanley Kubrick es uno de los directores a los que más admiro, podría decirse que el director americano es mi favorito, de los pocos junto con Scorsese y Eastwood que me fascinan. Había visto casi toda la filmografía de Kubrick y todas me habían gustado bastante. Una de las que me quedaban por ver era “La Naranja Mecánica”, la primera vez que la vi, fue una sensación única. Una experiencia difícil de olvidar. La trama se centra en Inglaterra, en un futuro indeterminado. Alex (Malcolm McDowell) es un joven hiperagresivo con dos pasiones: la ultraviolencia y Beethoven. Al frente de su banda, los “drugos”, los jóvenes descargan sus instintos más violentos pegando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el crimen, Alex es detenido y, en prisión, se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de reeducación llamada "Ludovico", que pretende anular drásticamente cualquier atisbo de conducta antisocial. La cinta fue nominada a cuatro premios Oscar: película, director, guión y montaje, a pesar de los varios reconocimientos que recibía, la cinta fue prohibida, tanto en su exhibición como en su venta y alquiler durante 30 años en Inglaterra.

filme que con aciertos y errores, tiene el status de obra clásica, influencia de una generación entera de cineastas y cinéfilos. Desde varios puntos de vista como el estético, el moral, hasta por su nefasta historia de prohibiciones, todo teñido de un personal e innovador estilo. Adaptación inmejorable del libro de Anthony Burgess, que narra parte de su experiencia personal al estar desempleado y ser víctima de la violencia por el hecho poco conocido de ser su propia esposa víctima de una violación por tres soldados durante la guerra. También este filme lleva todas las características propias del realizador, sus defectos y sus virtudes. Grandilocuente y pretenciosa, sagaz, onírica, llena de signos. Vital y fuerte. En el debe se puede mencionar como su filme que mejor a envejeció, a causa de que compone la película con todos íconos futuristas (encargado a los mejores diseñadores del momento) que languidecería con el paso del tiempo convirtiéndose en una marca de los propios años setenta.

El título de la película resulta engañoso puesto que “orange” no se refiere a “naranja”, no es una palabra inglesa. Es original del libro de Burguess y significa: persona. Con lo cual el significado del título sería: “La persona mecánica”. El filme es una mezcla de humor y violencia con toques de sexo que fue alabada por la crítica y público y que desafortunadamente ocasionó diferentes incidentes. Decenas de noticias sobre violaciones, agresiones etc. que imitaban lo visto en el filme aparecieron pocas semanas después del estreno. Un comienzo poderoso, casi intimidatorio, uno de los mejores de Kubrick y de cualquier filme. La mirada fría y asesina de Alex (preanunciando su incipiente locura) que mediante un lento travelling se convierte en el Milkibar con sus drugos “amigos”, que nos acecha y se configura, en esos comienzos que prefería para enganchar al espectador y mantenerlo atento a lo que vendrá. Aún una excelente apreciación de los críticos, esta mirada de Alex es una continuación de la mirada del último plano de su film antecesor, el niño estrella de 2001. La esperanza y el optimismo de esa escena choca con la violencia de ésta, volviendo al presente el pesimismo típico de casi todos los filmes de Kubrick.

Una de las mayores virtudes de la película es su capacidad para hacer que el espectador se sienta identificado con el protagonista. Para ello Kubrick utiliza de manera inmejorable la voz en off, uno de sus recursos preferidos en la década de los setenta, donde quiso experimentar con la figura del Deus ex machina en “Barry Lyndon'” se aprecia mejor. Para potenciar este efecto quiso que la narración fuera una confidencia de Alex al espectador, en la que busca su apoyo y comprensión con una retórica zalamera que, en definitiva, constituye la única nota de alejamiento con respecto a tan singular personaje. Por lo demás, resulta sorprendente cómo, a medida que transcurre la historia, uno llega a sentir lástima por un ser tan abyecto. En cierto modo, esto es así porque sus congéneres no son mucho mejores que él. Al menos en el caso de Alex se observa una fidelidad a sus principios, una sinceridad hacia sí mismo que contrasta con la de sus drugos, que a la postre acaban encontrando un puesto en la policía; hecho que demuestra a las claras el nivel de corrupción inherente a la clase política. Las miradas que a menudo dirige el protagonista a cámara, como cuando se dispone a violar a la mujer del escritor Adrienne Corri, que también fue la diseñadora del vestuario cantando “Singing in the rain”, logran una mayor complicidad entre espectador y personaje, puesto que nos hace partícipes me atrevería incluso a decir cómplices de sus iniquidades.

La banda sonora juega un papel fundamental en “La Naranja Mecánica”. Kubrick fue un maestro a la hora de sugerir a través de la música. Para él era un elemento expresivo de primer orden, tal como la iluminación o la fotografía. A modo de ejemplo, conviene citar el excelente uso que hizo del Lacrymosa del Réquiem de Mozart en “Eyes Wide Shut” para dar a entender que se había producido una muerte antes de que el doctor Hardford (Tom Cruise) lo leyera en las páginas de un periódico. Esta película, menospreciada por muchos, tanto admiradores de la obra del que fuera fotógrafo de la revista Look como confesos detractores, es un manual de estilo sobre cómo expresar estados de ánimo mediante la iluminación: los tonos cromáticos azulados sugieren frialdad mientras que los tonos ocres transmiten la sensación de calidez. Kubrick seguía al dedillo las teorías de la Gestalt. No estamos ante una película complicada de comprender, el espectador pronto identifica sus reacciones con las de Alex, pasado el impulso inicial de rechazo. La perversa lógica del violento se dibuja a la perfección aquí, y la también perversa intervención del Estado nos lleva a apreciar otros aspectos de la relación entre el individuo y la masa.

¿Qué nos hace ser violentos, dónde está el límite de lo permisible? En la sociedad occidental, tan políticamente correcta, toda violencia es vista hoy en día como una manifestación de la irracionalidad, de los impulsos más básicos. Pero en todo mundo, un saludable grado de violencia, al menos verbal, se hace necesario para liberar nuestra mente de las tensiones diarias. Una discusión a tiempo, la práctica del deporte o una voz más alta que otra de vez en cuando ayuda a evitar explosiones incontroladas de violencia destructiva. Al fin y al cabo, el ser humano ha de encontrar el necesario equilibrio entre el respeto absoluto hacia otros y la cordura. Única, irrepetible y predecesora de muchas otras. Transgresora a más no poder, completa en todos los sentidos, y cargada de reflexión. “La Naranja Mecánica” es una obra maestra, dentro de la filmografía de un maestro singular, Kubrick consiguió contagiarnos su visión pesimista del futuro. En ninguna otra de sus obras, el director mostró una sociedad tan cínica y falsa; es pues, el futuro, de nosotros dependerá que cambie o no.

"Una demostración de fortaleza que hace de Kubrick un verdadero genio del cine"

sábado, 16 de enero de 2010

Porco Rosso

Director: Hayao Miyazaki
Año: 1992 País: Japón Género: Animación Puntaje: 09/10
Productora: Studio Ghibli

“Porco Rosso” es el nombre de combate de un singular piloto de hidroaviones italiano que actúa en los años treinta, en plena apogeo del fascismo. Tiempo antes, durante un combate aéreo en la I Guerra Mundial, Porco Rosso adquirió misteriosamente la apariencia de un cerdo. Esto le hizo abandonar el ejército italiano, refugiarse en una isla perdida y ganarse la vida como mercenario contra los piratas aéreos que asolan el Mediterráneo. Es un ser solitario y escéptico, que también lucha decididamente contra el totalitarismo fascista. Las cosas se complican cuando aparece en escena Davis Curtis, un vanidoso y temerario piloto norteamericano que está dispuesto a demostrar que es mejor que Porco Rosso. Éste contará con la ayuda de Gina, una bella aristócrata conocedora de su pasado, y de Fio, una atrevida adolescente, nieta del mejor fabricante de hidroaviones de Italia.

Quizá sea “Porco Rosso” (1992), la película más lírica y emotiva de toda la filmografía de Miyazaki y, con pocas dudas, la más elíptica y trascendental. También la más madura a pesar de que toda su fachada se pervierta, como casi siempre, de colores pastel y tonos remarcados, aquí nuevamente integrados en unos bellos paisajes que, dibujados a mano, intensifica el carácter bucólico y evocador que el subtexto de esta historia sugiere. Lo que no hemos dicho de “Porco Rosso” es que hace honor a su apodo mejor que nadie, pues este aviador se ha convertido en cerdo por razones no del todo claras; el doblaje español insiste en que se trata de una maldición (o “hechizo”) sin embargo encontramos en su argumento insinuaciones de que es el propio Marco, el aviador que se oculta tras la máscara del cerdo, quien ha renunciado a su condición de hombre (o de guerrero) acuciado por los fantasmas del pasado; en cualquier caso, ha dejado de emparentarse con una especie, la humana, capaz de entregar su vida a la Guerra y otras pendencias sin sentido.

Instruido por el desencanto, entonces, el aviador se ha convertido en un cerdo para desembarazarse de todas las servidumbres que lleva aparejada su naturaleza anterior, como bien explican la multitud de frases lúcidas que espeta durante toda la película y que van a terminar de definir su personalidad y carácter nihilista: “Siempre mueren los buenos” “Prefiero ser un cerdo que un fascista”. “Eso son cosas de los hombres”. “Los cerdos no tienen país ni ley”. “El verbo creer puesto en boca de una niña tiene otro sentido”. Cuando Curtis lo vence en su primer duelo, Porco Rosso acude a Milán para reparar su avión. Endeudado hasta los tuétanos por aquella avería, perseguido por el ejército al que ya no quiere adscribirse y por los piratas a los que tantas veces venció, y obligado a retar a aquel que lo derribara antes, se encuentra, en el habitáculo de su hidroavión reformado, a una aprendiz que lo adora, la adolescente decidida característica del cine de Miyazaki, transformada aquí en una ingeniera de diecisiete años, locuaz y divertida, capaz de detener un linchamiento con las palabras y, quién sabe, si de revertir los efectos de aquella maldición existencial con un beso redentor y cómplice.

La nostalgia es otra de los motores existenciales de los que se nutre esta película con sus aviones ligeros, espíritu aventurero y carácter bohemio; nostalgia que se desliza por un argumento donde el pasado de los personajes aun tiene mucho que decir. Al menos eso reflejan sus miradas y gestos, los silencios que les acompañan al amanecer mientras esperan que se acerque por el horizonte un avión rojo que les salve. Por alusiones, tenemos que detenernos en Gina, un personaje fascinante, cuya complejidad de carácter anticipa la marcada personalidad de Lady Eboshi, una mujer viuda condenada al cumplimiento de una promesa de amor cuya ejecución se antoja dificultosa, en tanto también implica a “Porco Rosso” que hace tiempo entregó su vida a la soledad. Los recurrentes guiños históricos y culturales que lanza la película, siempre a expensas de la distorsión fabuladora de este maestro del cine, son de los más sugerentes, y aportan una mayor dosis de romanticismo al asunto, en una película que no deja de ser una comedia de acción que soslaya el aparato dramático de otras cintas de los estudios Ghibli o del propio Miyazaki. Por analogías sería “El Castillo de Cagliostro” aquella con la que “Porco Rosso” tiene más puntos en común, aunque en esta última los personajes no son tan rígidos o arquetípicos como en aquella.

Y es que detrás de su apariencia evocadora, de las citas cinéfilas a Casablanca, a El Hombre Tranquilo (o al They Live de John Carpenter), al western crepuscular, o al cine aventurero de Howard Hugues, se encuentra una película adulta y reflexiva, quizá la más personal de cuantas haya dirigido Hayao Miyazaki, una cinta emotiva, intensamente hermosa, que evoca paisajes comunes del Cine de todos los tiempos y también del Cine de un autor familiarmente ligado al mundo de la aviación y a su espíritu. En torno a este espíritu, articula esta historia de desencanto y de amores platónicos, de recuerdos impostados y de esperanzas que se advienen en el horizonte, con la coartada formal de una comedia de personajes animados y piratas aéreos. La película ofrece: una historia muy bien contada, llena de subtramas interesantes; brillantes diálogos que conjugan, al estilo clásico, la aventura, el humor y el drama, aderezado con numerosos elementos del cine negro; un cuidadoso trabajo de ambientación; una partitura preciosa, y, sobre todo, unos dibujos espléndidos, llenos de detalles de altísima calidad y muy bien articulados, a pesar de la abundancia de animación reducida, característica del cine japonés.

Me encantan las trepidantes escenas de acción, y es difícil no partirse en dos de risa en multitud de secuencias. También es increíble como tantos lugares acaban dotados de personalidad y carácter: la isla refugio de Porco, el jardín privado de Gina, el mismo hotel Adriano, e incluso los talleres de Milán donde le fabrican a Porco su nuevo avión. Viendo la película, resulta coherente su atractivo mensaje central sobre el trabajo bien hecho. Narrativa, visual y conceptualmente, Hayao Miyazaki ha conseguido una puesta en escena primorosa que, además, se enriquece con sugestivas reflexiones secundarias sobre la amistad, la familia, el valor e, incluso, la trascendencia del ser humano. “Porco Rosso” es un magnífico ejemplo de cómo hacer cine de animación de alta calidad al margen de la fórmula Disney y que logre interesar también al público adulto, sin renunciar al tono caricaturesco del género ni echar mano del despliegue de sexo y violencia de las mangas japonesas.

"Bellísima fantasía histórica"

jueves, 14 de enero de 2010

¿Quieres Ser John Malkovich?

Director: Spike Jonze
Año: 1999 País: EE.UU. Género: Comedia Puntaje: 08/10
Interpretes: John Cusack, Cameron Díaz, Catherine Keener, Orson Bean, Mary Kay Place, John Malkovich y Charlie Sheen

Debut de los geniales Spike Jonze y Charles Kauffman, que nos ofrecen un filme divertido, mental y con pinceladas de farsa y surrealismo. La vida de Craig Schwartz (John Cusack) está llegando al final de un ciclo, él es un marionetista callejero con un gran talento, pero él tiene la impresión de que su vida carece de sentido. Nueva York ha cambiado mucho y la gente no le presta mucha atención. Lleva diez años casado con Lotte (Cameron Díaz), que trabaja en una tienda de animales y está obsesionada con su trabajo. Él consigue encontrar trabajo en la curiosa planta llamada “7 ½” del edificio Mertin-Flemmer de Manhattan, donde encuentra una pequeña puerta que le permite el acceso a un pasillo secreto que le permite acceder al cerebro del actor John Malkovich (John Malkovich).

Hoy en día el cine, sobre todo el americano, padece una dolencia generalizada y preocupante: la falta de ideas. La originalidad parece haberse ido de vacaciones y remakes, segundas, terceras o más partes, secuelas, precuelas, reediciones y demás llenan continuamente nuestras pantallas. Entre este oscuro mundo de cosas repetidas y ya vistas se abre paso una película como la que ahora nos ocupa, distinta a cualquier otra y llevada a cabo con maestría tanto por el director como por el plantel de actores que la interpretan. Si alguna vez tuviese la oportunidad de ser otra persona, no creo que eligiese ser John Malkovich. Pienso que ni por curiosidad. Encuentro tan misterioso su encanto personal, como intérprete tampoco reclama mi atención, demasiado afectado y dado a la sobreactuación. De todas formas poco importa en "¿Quieres ser John Malkovich?" el interfecto. Malkovich sirve como una excusa tan válida como otra cualquiera para que Spike Jonze (director) y Charles Kauffman (el genial guionista del filme) se desquiten a gusto de un mal.

"¿Quieres ser John Malkovich?" se disfruta como un cuento entretenido, como una broma de madrugada en un bar de amigos. No hay que buscarle más vueltas, es un trabajo divertido, que tiene una cierta miga pero que usa el absurdo y el existencialismo más como objeto arrojadizo que como lazo sutil. El protagonista de la película, John Cusack, parece un compendio teológico en su discurrir por la pantalla. Por un lado consigue manipular la voluntad de un semejante hasta límites inconcebibles; así consigue emular al dios cristiano. Por otro lado se apunta a la reencarnación tan propia de las religiones orientales y por último acaba pagando su insolencia al creerse una divinidad con una castigo digno de Tántalo en el más puro Olimpo “old fashion”. La "opera prima" de Jonze plantea varias cuestiones, a cuál más sabrosa: la identidad personal, pero también la sexual. La necesidad de muchos seres humanos (tal vez de todos; ¿por qué, si no, nos gusta tanto el cine, el teatro o las novelas, si no es para poder vivir otras vidas?) de ser otros distintos a los que son, de la insatisfacción por ser quien se es.

Pero además Jonze opta, con buen criterio, por romper con las normas de la realidad en este viaje alucinante al fondo de la mente (de John Malkovich, para ser exactos, que aquí, además de autoparodiarse, se proporciona una buena dosis de complacencia a su ego), y lo que parece una comedia urbana finisecular se convierte pronto en un delirante disparate cuando se descubre que un portillo en una oficina conduce, directamente, a la mente del actor del título. Así las cosas, casi todo es posible; pero, sobre todo, lo es porque Jonze se toma las cosas con ganas de cachondeo, y pronto tendremos varias combinaciones, entre ellas sexuales: mujeres que se aman a través del cuerpo de un hombre, hombre en lugar de hombre, mujeres que engendran a la vez como mujer y como hombre. Y fuera de las cuestiones sexuales hay también mucha mandanga: impostar la vida de otro, mangonearla hasta convertir el personaje exterior en una carcasa, en un muñeco, en una marioneta, y nunca mejor dicho. Parece que esta película está soliviantando a ciertos críticos (como en su momento pasó con "El Club de la Pelea", a la que me arrepiento de haber puesto inmerecidamente a caldo). A ciertos sectores les enrabietan estas demostraciones de cine porque no aceptan el paso del tiempo y sigue empecinados en defender unos parámetros caducos.

Si bien la película de Jonze contiene más atisbos de papilla intelectual y cartilla ética que el grueso de la producción supuestamente "moderna" de la actualidad (más seducida, generalmente, por la parte estética), lo cierto es que el resultado final decepciona un tanto a tenor de lo planteado. Echo de menos una mayor aproximación al hecho de suplantar a un famoso actor. La bromas cinematográficas escasean (aunque ciertos cameos son geniales) por lo que uno llega a preguntarse si realmente importa que aparezca John Malkovich o cualquier otra celebridad. Tal y como se plantea la película, al no desarrollarse bien esta baza, podría haberse titulado perfectamente "¿Quieres ser Silvestre Stallone?" y hubiéramos disfrutado lo mismo. Al no explotar el filón que simular ser un famoso representa se podría esperar una mejor construcción de los personajes "ficticios" pero no es así. Director y guionista optan por hacer y deshacer a su antojo la vida sentimental de los protagonistas (no sé si por una pobre construcción o por pretender que los personajes aparezcan como títeres en sus manos).

Obra delirante, desopilante y descacharrante, roza la genialidad en su propuesta absolutamente subversiva: todos podemos ser todos, a poco que nos lo propongamos; ni siquiera nos hace falta una carrocería famosa como la de Malkovich. Somos lo que somos, pero podemos ser otros aun siendo los mismos. Lástima que algún titubeo, algunos momentos de redundancia, en un metraje algo alargado (¿por qué todas las películas "importantes" de hogaño tienen que rondar las dos horas?), no permita redondear una obra perfecta. En cualquier caso, se trata de uno de los debuts más estimulantes de la década de los noventa, una de las historias más sugestivas y abracadabrantes que nos ha sido dado contemplar en bastantes años.

"Arriesgada y surrealista comedia"