domingo, 26 de diciembre de 2010

Ojos Bien Cerrados

Director: Stanley Kubrick
Año: 1999 País: Inglaterra/EE.UU. Género: Drama/Intriga Puntaje: 8.5/10
Interpretes: Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Marie Richardson, Leelee Sobieski, Rade Serbedzija, Todd Field, Vinessa Shaw, Alan Cumming, Sky Dumont, Fay Masterson, Thomas Gibson y Madison Eginton

William “Bill” Harford (Tom Cruise) es un médico respetable de Nueva York cuya vida parece ir sobre ruedas. Tiene una mujer preciosa con la que lleva nueve años casado, una hija y un trabajo que le gusta. Pero una noche, al día siguiente de asistir a una fiesta, su esposa Alice (Nicole Kidman) le cuenta unas fantasías eróticas y que estuvo a punto de abandonarlo por hombre que ni siquiera conocía bien. Abrumado por esta confesión, Bill sale a la calle a visitar a un paciente. De vuelta a casa paseando, entra en un local donde un antiguo compañero le cuenta una misteriosa historia. A partir de entonces, un mundo de sexo y fantasías se abre ante él, uniéndose a una congregación secreta dedicada al hedonismo y al placer sin límites. Stanley Kubrick, figura polémica, director innovador, ha basado en gran parte su soberbio estilo cinematográfico en la exploración sin tapujos de la naturaleza humana en las situaciones más al límite, allí donde realmente se muestra la verdadera cara de una persona y la influencia que sobre ella ejerce un entorno. Y, desde luego, los lugares en los que el malogrado director ha situado sus películas forman un catálogo de lo más heterogéneo: el espacio en "2001: Odisea en el Espacio", la guerra en "Nacido para Matar" o "Senderos de Gloria" y la lúgubre mansión de "El Resplandor". Pero en otras no necesitaba irse más lejos de la sociedad actual, como en "Lolita" o en "La Naranja Mecánica", y de nuevo se centró en este cúmulo de hipocresía, doble moral y decrepitud, para ofrecernos la que iba a ser su última obra, el broche, para unos de oro, para otros (los menos) desmerecedor, para una carrera sin par en la Historia del Cine.

Con apenas una docena de títulos, Kubrick consolidó un estatus de genio cinematográfico, de extravagante creador, de autor obsesivo y único.”Ojos Bien Cerrados" es su legado involuntario, la película que finalizó apenas días antes de su repentina muerte, su último regalo controvertido a la historia del cine. Los kilométricos ríos de tinta vertidos por el filme desde que se conoció la noticia de su rodaje hacen difícil un análisis justo y ajeno a circunstancias externas. Casi se antoja utópico encontrar a un espectador que se acerque a la sala oscura en estado virginal, sin ideas preconcebidas, sin prejuicios originados por la sobredosis de información mediática, tan cargada de rumores, de mentiras morbosas, o por la tramposa campaña de publicidad puesta en marcha por la Warner, dicen que siguiendo directrices del propio Kubrick. Este factor se suma a la complejidad misma de la cinta protagonizada por el entonces matrimonio Cruise-Kidman, que le dio un poco más de cobertura a su largo metraje y a su aridez narrativa, nada nuevo en la filmografía de Kubrick. Por todo ello es un material susceptible de reacciones extremas, de bostezos, desconciertos e irritaciones varias o, por el contrario, de fascinaciones inmediatas y miradas de rendida admiración, o incluso, y en esta tercera reacción está una de las grandezas de "Ojos Bien Cerrados", de bostezos entre momentos de arrebatada fascinación que se adentra en un círculo oscuro y vicioso de una sociedad tan resplandeciente de suntuosidad, como pobre en dignidad. Allí el director ha encontrado el escenario perfecto para sacar a relucir toda la miseria que esconden algunas personas supuestamente íntegras, en lo que se puede definir como un plato combinado de sexo, celos, obsesión y egoísmo soterrado.

"Ojos Bien Cerrados" ofrece una visión más sincera que nunca. Algo que incluye también la tortuosidad hasta en lo más simple, porque Kubrick tenía un mundo interior enrevesadísimo que sólo expresaba a través de su cámara. Y a los más fanáticos del maestro aún les queda la duda de si realmente Kubrick había dado el claquetazo definitivo o todavía quedaban en su cabeza ideas por aportar a su polémico testamento cinematográfico. Yo me inclino más bien por este último caso, ya que, probablemente, tan sólo la muerte era capaz de impedir que manara la genialidad de Kubrick. “Ojos Bien Cerrados” es y será un filme desencantado, oscuro, pesimista. Lo que nadie le puede negar es la enorme tensión que edifica sobre aquellas bases a lo largo de sus 156 minutos. En este sentido es uno de los filmes más “hitchcockeanos” de la década. En cuanto thriller, está atravesado por la presunción de que, en cualquier momento, algo terrible le sucederá a Bill Harford, ese hombre, que semeja al arquetipo del que "lo tiene todo para ser feliz", pondrá proa hacia una pesadilla. Un virtual ejército de beldades desvestidas (empezando por la propia Kidman, que abre el filme como Dios la trajo al mundo) acompasa cada tramo del relato. Pero no son las piezas de un erotismo convencional, sino el vehículo de algo muy parecido a la negación del sexo: la imposibilidad de consumar. El filme está prolijamente vertebrado por secuencias largas y asfixiantes. La primera transcurre en la opulenta fiesta dada por Victor Ziegler (Sidney Pollack), un "amigo" de los Harford. "¿Por qué nos sigue invitando todos los años?", se preguntan ellos. La amistad también cae bajo el manto de sospecha que este Kubrick póstumo, en más de un sentido terminal, tiende sobre cada una de las relaciones sociales.

Entonces un galán maduro y atildado, que se dice húngaro, bailará con Alice mientras un par de “lolitas” escolta a su marido. La puesta en escena de esta secuencia es tan intensa y tan vibrante, que Kubrick debería recordarse junto a los más grandes “directores de fiestas” de la historia (pienso en Federico Fellini y Francis Ford Coppola). Kubrick ha dirigido una película malsana, inquietante, envolvente, desasosegante por momentos pero también inclasificable, contradictoria, irregular. Hay errores y baches en "Ojos Bien Cerrados", pero también genialidad de la inolvidable, de la que forja los cimientos de las obras maestras. Hay genialidad en mil detalles, en mil matices, en lo que no se dice y en lo que ocultan las máscaras, las de la orgía y las otras, las cotidianas e imperceptibles. Esta cinta amina en un territorio de irrealidades, de deseos insatisfechos, de fantasmas que se silencian, que atormentan, que desgarran. Una absurda discusión de celos resquebraja un matrimonio a todas luces perfecto. El relato que Alice hace de una fantasía frustrada desencadena en el personaje de Cruise la necesidad de iniciar un viaje hacia los infiernos mismos de la experiencia sexual. "Ojos Bien Cerrados" es el viaje de ida y vuelta de Bill, un viaje en el conocerá parcelas prohibidas para el matrimonio convencional, atado al que dirán. Es así como el médico al que interpreta Cruise roza el límite de lo socialmente imperdonable con una prostituta, con una menor, con una muerta, alcanzando su periplo la cima en la secuencia de la orgía, que Kubrick eleva a la categoría de sublime gracias a un virtuoso trabajo de dirección de fotografía y puesta en escena. La presencia del personaje de Cruise en la orgía desencadena una trama de thriller que no interesa a Kubrick como tal.

Da igual la suerte del pianista de los ojos vendados o que la chica enmascarada haya muerto o no por culpa de William Harford. A Kubrick le interesa mucho más mostrarnos el rostro de Cruise en primer plano, su expresión de pavor y arrepentimiento por haber jugado con lo prohibido. Desempeña así Kubrick su papel de verdugo, llenando la mirada de Cruise de remordimientos sin retorno, de incertidumbres eternas, porque merece pagar por su curiosidad y osadía. Es la secuencia de la orgía epicentro del viaje de Cruise y detonante de su posterior ascenso hacia la redención, culminado con la escena en la juguetería, con el diálogo último entre Bill y Alice. Este diálogo contiene las claves de las intenciones de Kubrick, contradichas a menudo a lo largo del metraje, atisbadas entre líneas. Porque "Ojos Bien Cerrados" es su instrumento, a la sazón póstumo, para condenar el juego con fuego, con lo extramatrimonial. Bill y Alice acuerdan olvidar, o fingir que han olvidado, para recuperar su caparazón infalible: una vida en pareja segura a fuerza de tabúes, capaz de silenciar cualquier fantasma desestabilizador. Unidos, superarán sus obsesiones, ella su infidelidad soñada, él sus peligrosos escarceos. "Ojos Bien Cerrados" se configura, de este modo, como una brutal defensa del concepto convencional de matrimonio y de una vida sexual plena y autosuficiente dentro del mismo. La palabra con la que se despide la película, puesta en boca de Alice, no puede ser más explícita y sirve, en definitiva, de síntesis de lo visto durante las dos horas y media anteriores.

Es el final de un recorrido en el que Kubrick nos ha transportado hacia las entrañas de una pareja en crisis, en lucha con sus miedos y fantasías, dibujados, toma tras toma, repetición tras repetición, en los rostros de Tom Cruise (alma del filme, nuestro guía y nuestros ojos en el viaje gracias a una interpretación valiente y sin fisuras) y Nicole Kidman (inmensa, todo miradas, todo secretos), pareja de estrellas, pero también, y es injusto olvidarlo, de actores soberbios. Decía Andrei Tarkovski en su libro "Esculpir en el tiempo" que la obra de arte lo es más cuánto más ocultas quedan las intenciones del autor. ¿Qué mejor ejemplo para aplicar esta frase que a “Ojos Bien Cerrados? Es una película muy difícil de desentrañar y desgranar. Kubrick relata la historia con increíble objetividad, sin tomar partido por ninguno de los personajes en la historia, no hay posicionamiento ni simpatías. Muchos detractores de Kubrick lo acusan de ser un director de una frialdad intolerable, pero yo creo que no se debería confundir la frialdad con la objetividad, cualidad que me parece loable en cualquier cineasta. Kubrick cerró su vida y su cine dándonos una lección maestra. El camino para acabar con aquello de que la literatura se presta a una profundidad psicológica mayor en sus personajes que el cine. Se presta a una mayor “explicación” de esa profundidad. El cine está mejor dotado para crear un vínculo íntimo con el desorientado espectador, que de tanto pensar y buscar literatura en los fotogramas acabará congratulándose de "comprender" el mensaje oculto, y olvidándose de que esto es cine. Kubrick no esconde un mensaje, lo modela para nuestro ojo y nuestro estómago. El cerebro aquí es secundario. Así termino este Especial del gran Stanley Kubrick.

"Compleja y adulta obra maestra”

1 comentario:

  1. esta película debe ser vista con los "ojos bien cerrados"

    ResponderEliminar